martes, 19 de mayo de 2015

El cuento de la mala pipa.

Una vez tuve mala pata; me escayolaron la pierna y pasé muchas tardes sentada en la plaza del pueblo con mi abuela y sus amigas, viéndolas día tras día comer pipas de girasol y hablar en monosílabos. Cuando les pregunté por qué nunca comían otro fruto seco se miraron entre ellas y se rieron sin más, así que tomé la decisión de averiguarlo por mí misma. Fue entonces cuando advertí que todas ellas, cada vez que encontraban una pipa mala, parecían empezar rápidamente un nuevo ciclo hasta no dejar en el paladar ni rastro del sabor negruzco. Así descubrí que, igual que las amigas de mi madre esperaban encontrar a su príncipe azul, las abuelas, no sé si más sabias o más resignadas, se ilusionaban con la pipa mala que las obligaría a seguir mecánicamente el ritual infinito y circular del que, estoy segura, alguien se inspiró para crear el famoso cuento de la buena pipa.

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