lunes, 15 de diciembre de 2014

Pobre hombre.


Era tan tonto que se creía un genio y tenía tanto miedo de que el mundo copiase sus ideas que dejó de compartirlas. Empezaron a agolpársele en la cabeza y notaba que, contra su voluntad, a veces se le escapaba alguna al bostezar o al hablar. Decidió entonces cerrar para siempre la boca y la puerta de su casa hasta que un día, mientras comía patatas cocidas, sintió que las ideas descendían, como arañitas con vida propia, atravesando músculos y terminaciones nerviosas, hasta llegar a mezclarse con el bolo alimenticio que estaba masticando. Y es así como se destruyeron trituradas, junto con la masa de patatas, una a una, todas las ideas de este pobre hombre, hasta acabar ya sabemos dónde.

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